Te despiertas, alrededor notas la enfermedad, el dolor físico y las limitaciones que ello conlleva.
Tu mente no para de recordarte cuanto te duele, tu corazón no para de luchar para que no le des tanta energía a la mente.
Una batalla, intensa, profunda, agotadora.
Día tras día sigues adoptando la misma actitud, con la esperanza de que suceda un milagro.
Mientras, eres espectador de tu propia ¿desgracia?, así lo vives.
La mente impide que te muevas, el corazón te ruega que no pares.
Un día, otro, otro más… ¿cuándo vas a asumir tu responsabilidad y, desde el amor, avanzar?
¿Vas a dejar que tu cuerpo llegue al límite?
¿dónde está el límite de lo que puedes llegar a soportar?
¿aún no te das cuenta de que tienes la oportunidad de ordenar tu mundo interior y ser feliz?
Eres muy afortunado, pero aún no lo ves. No es tu momento y nadie debe interferir en tu proceso.
Visitas nuevos especialistas, necesitas más opiniones pero todas confirman lo mismo. ¿y ahora, qué haces?
No tienes energía, ni siquiera entiendes por qué te sucede eso a ti, ¿mala suerte? No, ¿el destino? ¿será que existe? Una vez escuchaste algo sobre el destino pero esto no te lleva a ninguna parte.
Comienzas a cuestionar ¿y si la realidad fuera otra?, ¿y si lo que me sucede no es lo que yo creo que me sucede? Y das paso al cambio, con un pasito, un avance, nuevas posibilidades.
Empiezas a dejar ir y a comenzar a Ser.
Y llega el día en el que das gracias por el proceso de enfermedad, en el que lo comprendes como el mayor regalo que te dio la vida para permitirte avanzar, para despertarte, para recuperar tu Ser.
Creo que este mensaje llegó en el momento en que lo necesitaba. Nada es casualidad.