¿Te sientes en el papel de ser el Salvador?
Muchas veces nos encontramos ante situaciones en las que nos empeñamos en «ayudar» al otro. Una necesidad imperiosa de hacerle ver otra realidad, de salvarle, de llevarle al «camino correcto», de hacerle entrar en razón. Y así nos comportamos, dando la mano a personas que no quieren sujetarse, que no ven que estén en ¿peligro?, que creen tener todas las respuestas a sus conflictos y, quizás si las tienen. ¿Por qué queremos salvar a nadie?
Quizás sería importante que, cuando nos encontremos en una situación en la que sintamos esta necesidad, nos revisemos a nosotros mismo. ¿De qué estoy huyendo? ¿Qué es de lo que me quiero salvar a mi mismo? No hacemos otra cosa que proyectar en los demás nuestros propios deseos o conflictos, nuestras necesidades, pero es más sencillo «ayudar» o resolver los conflictos de otro que afrontar los propios, ya que esto último pasa por el escalón de «aceptación» de nuestra propia realidad y no siempre estamos dispuestos a reconocer lo que nos sucede.
No quiere decir que no prestemos nuestros conocimientos o ayuda, este no es el tema. Cuando alguien nos pide apoyo, podemos enseñarle a utilizar sus propios recursos e incluso incorporar alguno. Pero este es otro caso, es un caso donde alguien es consciente y siente que ha de cambiar algo en su interior.
Intentando salvar a alguien que ni nos ha pedido ayuda, tan solo estamos huyendo de nuestra sombra, de nuestro trabajo.
Cada vez que te sorprendas actuando de este modo, te invito a reflexionar y hacer un ejercicio de reconciliación con la situación que quieres evitar.
Pregúntate:
¿Qué supone para mí aceptar que necesito ordenar este conflicto?
¿Qué siento cuando reconozco que esa emoción está en mí?
¿En qué me beneficia ignorarlo?
¿Qué recursos internos puedo aportarme para solucionarlo?